Cada 17 de abril se conmemora a la Beata Mariana de Jesús, mística mercedaria y copatrona de Madrid (España).
Su vida estuvo inicialmente marcada por la incomprensión y la hostilidad de su familia, aunque también por los abundantes consuelos que Dios y la Virgen le alcanzaron. Suele decirse que al cumplir los 33 años, el mismo Jesús la ciñó con una corona espiritual de espinas, queriéndola hacer partícipe de su Pasión.
Tomada de la mano del Señor
María Ana de Jesús Navarro nació en Madrid en 1565, en el seno de una familia noble. Cuando tenía nueve años, murió su madre y, poco tiempo después, su padre se volvió a casar. Su madrastra, lamentablemente, resultó ser una mujer insensible y cruel.
El dolor que siente una niña que extraña a su madre suele ser muy grande, como difícil la relación que surge cuando una madrastra maltrata a una hija adoptiva. Ambas cosas impulsaron a Mariana a acogerse al Señor en busca de fuerza y consuelo. Tomada de la mano de Cristo, la joven fue descubriendo que el amor es más grande que todas las vicisitudes o miserias humanas. En el crisol de esa experiencia se sintió llamada por Dios a su servicio.
Consagrada a su Merced
Aún muy joven, la beata hizo un voto perpetuo de virginidad en privado. Lamentablemente fue su padre quien, en primer lugar, se opuso a tal compromiso. Y es que este había decidido otro camino para su hija: la había comprometido a casarse con un joven perteneciente a una familia acomodada.
Ningún esfuerzo de Mariana para librarse del arreglo pareció dar resultado. Ni siquiera el haberse rapado el cabello con el propósito de suscitar el rechazo del pretendiente.
Fue tal la ira de su padre y su esposa que un día arremetieron contra ella, la golpearon y la llenaron de insultos. Desde entonces no se sintió más a gusto con ellos. En 1598 dejó el hogar paterno de manera definitiva y emprendió un camino distinto, con dirección a la consagración religiosa. Gracias a Dios contó con la ayuda espiritual del reformador de los mercedarios, Fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento.
Experiencias místicas y caridad
La Beata Mariana entonces se apartó del mundo para encontrarse plenamente con Jesús. Comenzó a vivir como penitente en la ermita de Santa Bárbara, cerca al convento de los mercedarios descalzos. En su celda llegaría a dedicarse -por años- a la oración, la penitencia y la ayuda a los menesterosos. Posteriormente sería admitida en la Tercera Orden de la Merced y recibiría el hábito de terciaria. En 1614 hizo su profesión perpetua.
Para ese tiempo, Mariana empezó a experimentar éxtasis en la oración y a tener visiones particulares concedidas por Dios.
Rápidamente los habitantes de Madrid, puestos al tanto de aquellos sucesos, comenzaron con las habladurías, pero ella se mantuvo al margen, tanto de los halagos como de las diatribas. Por otro lado, sus superiores y las autoridades eclesiásticas le mandaron escribir el contenido de sus experiencias místicas.
Una mujer con los dolores de la Pasión
Uno de los relatos más conocidos es el episodio en el que, estando en éxtasis, Jesús le pidió experimentar algo de su martirio; a lo que ella asintió, y pudo sentir en carne propia los dolores de la crucifixión. Mientras eso sucedía, sus compañeras vieron cómo ella, extendida sobre su lecho, estiraba las extremidades y se quedaba rígida por largo tiempo.
También se dice que Mariana pasaba horas conversando con la Virgen María sobre los misterios de la fe cristiana. Por este tipo de hechos y por su caridad a la vista de todos, Mariana se ganó varios sobrenombres de parte de sus coetáneos: «Tesoro de la ciudad», «Estrella de Madrid» y «Beata del Pueblo», le decían.
Estrella de Madrid
El 17 de abril de 1624, a los 59 años de edad, Mariana de Jesús partió a la Casa del Padre en el convento mercedario de Santa Bárbara, víctima de una enfermedad pulmonar.
En 1783, el Papa Pío VI la proclamó beata. Y, por petición de los madrileños, fue declarada copatrona de la ciudad junto a San Isidro Labrador.
Su cuerpo se mantiene incorrupto hasta hoy y suele ser expuesto el día de su fiesta, a pesar de que su rostro fue dañado cuando, luego de morir, le pusieron una mascarilla mortuoria de manera inadecuada.