Cada 17 de mayo la Iglesia celebra a San Pascual Bailón, fraile franciscano del siglo XVI que destacó por su inmenso amor a Jesús Eucaristía, alimento del alma. Fue tan grande ese amor y tal la dedicación que Pascual le tuvo a Cristo sacramentado -a cuya contemplación consagraba largas horas- que el Papa León XIII, el 28 de noviembre de 1897, lo declaró “Patrono de los Congresos Eucarísticos y de las asociaciones eucarísticas”.
Aunque el buen Pascual apenas sabía leer y escribir, fue capaz de expresarse con gran elocuencia en torno a la presencia de Jesús en la Eucaristía. Esto ha de ser subrayado doblemente, puesto que sus tiempos fueron los de la expansión de las ideas de la Reforma Protestante.
El Protestantismo, queriendo liberar el espíritu humano de supuestas cargas innecesarias, impuestas por hombres, se dejó seducir por la ola de escepticismo que brotó a causa de la infidelidad de muchos, pero que no tenía por qué acabar con el misterio que Cristo confió a la Iglesia que Él mismo fundó. Lamentablemente, la Reforma Protestante arrasó con dones preciadísimos, indispensables para la salvación, como los relacionados a los sacramentos, empezando por la Eucaristía y la Presencia Real del Señor en las formas de pan y vino.
Dios se muestra a los más pequeños y sencillos
En lo que a Pascual respecta, siendo solo un hermano lego, confirmó a sus hermanos en la fe, enseñándoles cómo al negarse el milagro de la Eucaristía se imponen graves distorsiones a la comprensión del amor divino. Dios le regaló a Pascual eso que se conoce como “ciencia infusa”, es decir, la adquisición de un vasto conocimiento teológico por acción del Espíritu, sin que haya habido mayores estudios previos.
El fraile sorprendía constantemente con acuciosas e iluminadoras respuestas a quienes le escuchaban o le lanzaban preguntas complejas. Dios hizo en él lo mismo que con muchos hombres y mujeres sencillos, quienes han recibido el don de la ciencia infusa a lo largo de la historia de la Iglesia, para beneficio y edificación de muchos corazones que anhelan conocer a Dios. Y, también, para aleccionamiento de quienes, instruidos debidamente, creen haber penetrado el misterio divino, olvidando su real profundidad y gratuidad.
La Pascua del Espíritu Santo
Pascual Bailón nació en Torrehermosa en el reino de Aragón (España), el 24 de mayo de 1540. El día de su nacimiento coincidió con la fiesta de Pentecostés, llamada en España «la Pascua del Espíritu Santo”, por lo que recibió el nombre “Pascual”.
Sus padres fueron campesinos y labradores, y él también se dedicó a esta noble labor entre los siete y los veinticuatro años, cuando ingresó al convento de los frailes menores (franciscanos) de Albatera.
Debido a su poca instrucción, le fueron asignados oficios muy sencillos: portero, cocinero, mandadero y barrendero. Su tiempo libre lo dedicaba a la adoración Eucarística, puesto siempre de rodillas con los brazos en cruz. Por las noches regresaba a la capilla y pasaba unas horas más ante el Santísimo Sacramento, luego dormía un rato para después levantarse y continuar su adoración de madrugada, antes de integrarse a las labores cotidianas con sus hermanos.
El milagro de la “Ermita de la Aparición”
En la pedanía de Orito, Monforte del Cid (España), se encuentra la «Ermita de la Aparición». En ese lugar, que puede ser visitado hoy, San Pascual tuvo una visión de Jesucristo presente en la Eucaristía. Este hecho fue tremendamente significativo para la vida del santo. Aquel encuentro con el Señor sacramentado, de manera personalísima, le infundió un deseo inmenso por orientar a otros hacia las alturas del espíritu, ahí donde todo el amor de Dios se concentra en el sencillo Pan, alimento de vida eterna.
Este hecho sirvió para que la Iglesia nombrara a Pascual “patrón de los congresos eucarísticos”.
Apóstol de la Eucaristía
Alguna vez se le confió llevar un mensaje -una carta oficial- al general de la Orden franciscana, que se encontraba en ese momento en París (Francia). Pascual usó aquel viaje como una oportunidad para anunciar el Evangelio y compartir la alegría que llenaba su corazón. Dijo de él el Papa León XIII: “Abiertamente profesó la verdad de la Eucaristía entre los herejes y, por ello, tuvo que pasar por graves pruebas” (Breve apostólico Providentissimus del Papa León XIII). Muchos, a través de San Pascual, se convirtieron y se acercaron a Dios.
San Pascual Bailón falleció el 15 de mayo de 1592, Domingo de Pentecostés. Abundantes fueron los testimonios de los milagros que se obraron después de su muerte, gracias a su intercesión.
El santo franciscano fue beatificado el 29 de octubre de 1618 por el Papa Pablo V, y canonizado el 16 de octubre de 1690 por el Papa Alejandro VIII. Su culto floreció sobre todo en su tierra natal (la región alicantina de Orito, Monforte del Cid), pero también en Elche, Alicante, Novelda, Aspe, Crevillente, la Vega Baja y el pueblo de Villarreal; y en el sur de Italia. También se difundió ampliamente en el resto de España y América del Sur.
La cocina de San Pascual
Un dato curioso, relacionado con América, ha hecho de San Pascual el “patrono de la cocina”.
En tiempos del virreinato de Nueva España (los territorios del Nuevo Continente anexados a la Corona, hoy México) se difundió una hermosa tradición. Las cocineras de la época solían encomendarse a San Pascual como el “santo protector de los fogones y de los accidentes en las cocinas”.
La cultura popular perennizó la costumbre de mencionarlo en frases o refranes, al modo de oraciones como esta: “San Pascual Baylón, báilame en este fogón. Tú me das la sazón, y yo te dedicó un danzón”. Hoy, en algunos lugares se sigue ofreciendo el premio ‘San Pascual Bailón’ a los mejores cocineros.