Por: Mons. Ignacio Gómez Aristizábal.
1°. La dignidad de la persona humana es excelsa, eminente y de elevación extraordinaria. Cuando miramos las grades realidades del mundo universo vemos que solamente los seres humanos están caracterizados por ser pensantes, deliberantes y libres, y como reyes de la creación. En el Sagrado libro del Génesis 1, 26 encontramos: “Y dijo Dios: hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra”. El ser humano es imagen y semejanza de Dios, por la inteligencia y la libertad, y lo será en grado más perfecto cuando se asemeje a Jesucristo en su manera de pensar y de actuar.
2°. El primero y principal derecho humano es el de subsistir. Si se muere de hambre el ser humano no tienen aplicación los demás derechos. En Colombia, como es sabido, 7 millones de personas según el Dane, padecen hambre.
3°. Alabo y aplaudo el hecho de que la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Medellín hallan destinado partidas de dinero significativas para amortiguar el hambre de los hambreados y cuanto deseo que las Alcaldías de los Municipios del Occidente Antioqueño unidas a las fuerzas vivas de las localidades hiciesen otro tanto. Las Acciones Comunales de cada barrio y de cada vereda deben conocer las personas y hogares que padecen hambre y buscar la forma de la satisfacción.
4° En el Evangelio de San Mateo en el capítulo 25, 31-46 encontramos el gran reconocimiento que Jesucristo hace a los que satisficieron con sus aportes la indigencia de los humanos cuando dirá: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes, desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed me dieron de beber……Les aseguro que cuando lo hicieron cuando con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”. No hay motivación más alta para los que luchamos contra el hambre ya que satisfacer el hambre de nuestros hermanos significa satisfacer el hambre de Cristo, nuestro gran hermano.