Por: Juan Pablo García Vélez – Seminarista de la III etapa Configuradora

Dios en su infinita misericordia, ha regalado a todo su pueblo diferentes vocaciones y estados de vida, con el fin de que, cumpliendo su voluntad, le sirvan a cada persona para alcanzar su salvación, donando su vida al servicio de los hermanos.

De manera especial, en medio de tantos llamados, Dios elige de entre su pueblo a algunos hombres, para hacerlos sus sacerdotes por medio del sacramento del Orden, para que sean esos pastores que guían, alimentan y acompañan a su pueblo. En primer lugar, “La historia de toda vocación sacerdotal, como también de toda vocación cristiana, es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor” PDB #36. Pero una vocación sacerdotal, desde el llamado que Dios hace, hasta llegar a su plenitud, no solo es obra de Dios que llama y el hombre que responde, sino que en segundo lugar es responsabilidad de todo el pueblo de Dios. Esto lo explica muy bien el Derecho en el canon 233:

“Incumbe a toda la comunidad cristiana el deber de fomentar las vocaciones, para que se provea suficientemente a las necesidades del ministerio sagrado en la Iglesia entera; especialmente, este deber obliga a las familias cristianas, a los educadores y de manera peculiar a los sacerdotes, sobre todo a los párrocos. Los Obispos diocesanos, a quienes corresponde en grado sumo cuidar de que se promuevan vocaciones, instruyan al pueblo que les está encomendado sobre la grandeza del ministerio sagrado y la necesidad de ministros en la Iglesia, promuevan y sostengan iniciativas para fomentar las vocaciones”.

Por lo tanto, sintiéndonos aludidos por estas palabras y en mayor medida por la misma exhortación que Cristo nos hace en su Evangelio: “La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2), es necesario no bajar la guardia y orar siempre, sin desfallecer por el aumento de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Ojalá que todo momento de oración, como el santo rosario, la oración ante el Santísimo Sacramento, la oración personal o comunitaria, los actos de piedad y en especial la sagrada Eucaristía, tengamos presente la intención de pedir por todos los jóvenes que están respondiendo al llamado del Señor y también por la perseverancia en el ministerio de todos los sacerdotes. Además de la oración, también es muy necesario el apoyo moral y económico, que es de gran ayuda a la hora de responder al llamado en medio de las diferentes realidades socio-económicas y culturales.

Actualmente, podemos evidenciar no solo en nuestra Arquidiócesis de Santa Fe de Antioquia, sino en el mundo entero, el descenso del número de vocaciones, no solo a la vida sacerdotal y religiosa, sino también a otras vocaciones como el matrimonio; pero no por este motivo podemos desanimarnos o perder la esperanza, desconfiando de la divina providencia de nuestro Buen Dios. Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, podemos volver a echar las redes en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino. El Señor no puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los pastores sin los cuales no podría vivir ni realizar su misión. Cf CV #274. De esta manera, sigamos con todo empeño, viviendo lo mejor posible la vocación específica a la que Dios nos llama y apoyando de manera especial a los que sienten el llamado a seguir más de cerca a Cristo Nuestro Señor.

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