El Vaticano difundió hoy el mensaje del Papa Francisco para la VIII Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el 17 de noviembre de este año sobre el tema “La oración de los pobres asciende hasta Dios”.

A continuación, el mensaje completo del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, 

1. La oración del pobre sube hasta Dios (cf. Si 21,5). En el año dedicado a la oración, con  vistas al Jubileo Ordinario 2025, esta expresión de la sabiduría bíblica es muy apropiada para  prepararnos a la VIII Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el próximo 17 de noviembre.  La esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de  Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre! Reflexionemos sobre esta Palabra y “leámosla” en los rostros y en las historias de los pobres que encontramos en nuestras jornadas, de  modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento.  

2. El libro del Eclesiástico, al que nos referimos, no es muy conocido, y merece ser  descubierto por la riqueza de temas que afronta sobre todo cuando se refiere a la relación del  hombre con Dios y con el mundo. Su autor, Ben Sirá, es un maestro, un escriba de Jerusalén, que  escribe probablemente en el siglo II a. C. Es un hombre sabio, arraigado en la tradición de Israel,  que enseña sobre varios ámbitos de la vida humana: del trabajo a la familia, de la vida en sociedad a  la educación de los jóvenes; presta atención a los temas relacionados con la fe en Dios y con la  observancia de la Ley. Afronta los problemas arduos de la libertad, del mal y de la justicia divina,  que también hoy son de gran actualidad para nosotros. Ben Sirá, inspirado por el Espíritu Santo, quiere transmitir a todos el camino a seguir para una vida sabia y digna de ser vivida ante Dios y  ante los hermanos. 

3. Uno de los temas a los que este autor sagrado dedica mayor espacio es la oración. Lo  hace con mucho ímpetu, porque da voz a su propia experiencia personal. En efecto, ningún escrito  sobre la oración podría ser eficaz y fecundo si no partiera de quien cada día está en la presencia de  Dios y escucha su Palabra. Ben Sirá declara haber buscado la sabiduría desde la juventud:»En mi  juventud, antes de andar por el mundo, busqué abiertamente la sabiduría en la oración» (Si 51,13). 

4. En su recorrido, descubre una de las realidades fundamentales de la revelación, es decir, el  hecho de que los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante  su sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia,»hasta extirpar la multitud  de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir a cada hombre según sus  acciones, remunerando las obras de los hombres según sus intenciones» (Si 35,21-22). Dios conoce  los sufrimientos de sus hijos porque es un Padre atento y solícito hacia todos. Como Padre, cuida de  los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados. Pero nadie está  excluido de su corazón, ya que, ante Él, todos somos pobres y necesitados. Todos somos mendigos,  porque sin Dios no seríamos nada. Tampoco tendríamos vida si Dios no nos la hubiera dado. Y, sin  embargo, ¡cuántas veces vivimos como si fuéramos los dueños de la vida o como si tuviéramos que  conquistarla! La mentalidad mundana exige convertirse en alguien, tener prestigio a pesar de todo y  de todos, rompiendo reglas sociales con tal de llegar a ganar riqueza. ¡Qué triste ilusión! La  felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás. 

La violencia provocada por las guerras muestra con evidencia cuánta arrogancia mueve a quienes se consideran poderosos ante los hombres, mientras son miserables a los ojos de Dios.  ¡Cuántos nuevos pobres producen esta mala política hecha con las armas, cuántas víctimas  inocentes! Pero no podemos retroceder. Los discípulos del Señor saben que cada uno de estos  “pequeños” lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno debe llegarles nuestra solidaridad  y el signo de la caridad cristiana.»Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser  instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan  integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el  clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187). 

5. En este año dedicado a la oración, necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y  rezar con ellos. Es un desafío que debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser  alimentada. De hecho,»la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención  espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y  no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los  Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción  preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y  prioritaria» (ibíd., 200). 

Todo esto requiere un corazón humilde, que tenga la valentía de convertirse en mendigo. Un  corazón dispuesto a reconocerse pobre y necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre  pobreza, humildad y confianza. El verdadero pobre es el humilde, como afirmaba el santo obispo  Agustín:»El pobre no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene contra qué luchar. Escúchame, pues:  sé verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde» (Sermón 14,3.4). El humilde no tiene nada de que  presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que  puede apelarse al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a  casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). El pobre, no teniendo nada en  que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone toda su confianza. De hecho, la humildad genera  la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta.

6. A los pobres que habitan en nuestras ciudades y forman parte de nuestras comunidades les  digo: ¡no pierdan esta certeza! Dios está atento a cada uno de ustedes y está a su lado. No los  olvida ni podría hacerlo nunca. Todos hemos tenido la experiencia de una oración que parece  quedar sin respuesta. A veces pedimos ser liberados de una miseria que nos hace sufrir y nos  humilla, y puede parecer que Dios no escucha nuestra invocación. Pero el silencio de Dios no es  distracción de nuestros sufrimientos; más bien, custodia una palabra que pide ser escuchada con  confianza, abandonándonos a Él y a su voluntad. Es de nuevo Sirácida quien lo atestigua: “la  sentencia divina no se hace esperar en favor del pobre” (cf. Si 21,5). De la palabra pobreza, por  tanto, puede brotar el canto de la más genuina esperanza. Recordemos que»cuando la vida interior  se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya  no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo  por hacer el bien. […] Esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado»  (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). 

7. La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita obligada para toda comunidad eclesial.  Es una oportunidad pastoral que no hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a  escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una  ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también  para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados.  Debemos agradecer al Señor por las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener a  los más pobres. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su testimonio dan voz  a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a Él. El silencio, por tanto, se rompe cada  vez que un hermano en necesidad es acogido y abrazado. Los pobres tienen todavía mucho que  enseñar porque, en una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que con frecuencia  sacrifica la dignidad de las personas sobre el altar de los bienes materiales, ellos reman  contracorriente, poniendo de manifiesto que lo esencial en la vida es otra cosa.

La oración, por tanto, halla la confirmación de su propia autenticidad en la caridad que se  hace encuentro y cercanía. Si la oración no se traduce en un actuar concreto es vana, de hecho, la  fe sin las obras»está muerta» (St 2,26). Sin embargo, la caridad sin oración corre el riesgo de  convertirse en filantropía que pronto se agota.»Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra  actividad se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo» (BENEDICTO XVI,  Catequesis, 25 abril 2012). Debemos evitar esta tentación y estar siempre alertas con la fuerza y la  perseverancia que provienen del Espíritu Santo, que es el dador de vida.  

8. En este contexto es hermoso recordar el testimonio que nos ha dejado la Madre Teresa de  Calcuta, una mujer que dio la vida por los pobres. La santa repetía continuamente que era la  oración el lugar de donde sacaba fuerza y fe para su misión de servicio a los últimos. El 26 de  octubre de 1985, cuando habló a la Asamblea General de la ONU mostrando a todos el rosario que  llevaba siempre en mano, dijo:»Yo sólo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús pone su  amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen  también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en la misma  planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que espera vuestro amor. Recen, y los  ojos se les abrirán, y el corazón se les llenará de amor». 

Y cómo no recordar aquí, en la ciudad de Roma, a san Benito José Labre (1747-1783), cuyo  cuerpo reposa y es venerado en la iglesia parroquial de Santa María ai Monti. Peregrino de Francia  a Roma, rechazado en muchos monasterios, trascurrió los últimos años de su vida pobre entre los  pobres, permaneciendo horas y horas en oración ante el Santísimo Sacramento, con el rosario,  recitando el breviario, leyendo el Nuevo Testamento y la Imitación de Cristo. Al no tener siquiera  una pequeña habitación donde alojarse, solía dormir en un rincón de las ruinas del Coliseo, como  “vagabundo de Dios”, haciendo de su existencia una oración incesante que subía hasta Él.

9. En camino hacia el Año Santo, exhorto a cada uno a hacerse peregrino de la esperanza,  ofreciendo signos concretos para un futuro mejor. No nos olvidemos de cuidar»los pequeños  detalles del amor» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 145): saber detenerse, acercarse, dar un poco  de atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo. Estos gestos no se improvisan;  requieren, más bien, una fidelidad cotidiana, casi siempre escondida y silenciosa, pero fortalecida  por la oración. En este tiempo, en el que el canto de esperanza parece ceder el puesto al estruendo  de las armas, al grito de tantos inocentes heridos y al silencio de las innumerables víctimas de las  guerras, dirijámonos a Dios pidiéndole la paz. Somos pobres de paz; alcemos las manos para  acogerla como un don precioso y, al mismo tiempo, comprometámonos por restablecerla en el día a  día.  

10. Estamos llamados en toda circunstancia a ser amigos de los pobres, siguiendo las huellas  de Jesús, que fue el primero en hacerse solidario con los últimos. Que nos sostenga en este camino  la Santa Madre de Dios, María Santísima, que, apareciéndose en Banneux, nos dejó un mensaje que  no debemos olvidar:»Soy la Virgen de los pobres». A ella, a quien Dios ha mirado por su humilde  pobreza, obrando maravillas en virtud de su obediencia, confiamos nuestra oración, convencidos de  que subirá hasta el cielo y será escuchada.  

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