Por: Salomón Machado Tobón – Seminarista de la II etapa Configuradora  

¿Qué entendemos por recibir el sacramento del Bautismo? ¿Qué importancia le damos a la recepción de este sacramento en nuestra vida? Seguramente cada uno de nosotros conocemos la fecha de nuestro nacimiento y de paso la fecha de nacimiento de nuestros seres queridos, pero pocos conocemos la fecha en que renacimos como hijos de Dios. El presente artículo pretende brindar al lector un acercamiento al valor salvífico que tiene la vida sacramental en la Iglesia Católica, centrándose en la gracia que encierra el Bautismo.

En la Iglesia Católica, no podemos hablar de Bautismo sin antes entender el concepto de sacramento. Sacramento viene de la palabra latina sacramentum, del término griego mysterium, que en el NT indica no solo misterio, sino que da a entender la insondable obra de la salvación operada en Cristo. Precisamente, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios. Así mismo, el sacramento del Bautismo, junto con el sacramento de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o «sello» por el cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble; es decir, permanece para siempre en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina. CIC #1121; #1131.

Solo si entendemos de esta manera el concepto de sacramento, comprenderemos que cuando la Iglesia lo celebra, no realiza un mero acto visible y ritual, sino que nos introduce al gran misterio, el cual consiste en que el mismo Cristo se hace presente para hacernos partícipes de su cuerpo místico y llevarnos al camino de la salvación. Por tanto, cuando se habla del sacramento del Bautismo, no podemos quedarnos con el pobre y limitado concepto que tienen la mayoría de las personas, incluyendo a muchos católicos: “el Bautismo es fundamental ya que este nos borra el pecado original.” Si bien, uno de los tantos efectos del Bautismo es borrarnos la mancha del pecado original, hay algo más grande que trasciende este sacramento, así lo enseña el Código de Derecho Canónico #204: 

“Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el Bautismo, se integran en el pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo.”

Para complementar esto, el Concilio Vaticano II escribe: “Los fieles, incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia.” LG #11.

Asimismo, el papa Juan Pablo II subraya el papel y el valor del Bautismo para el ingreso en la comunidad eclesial; hay personas que manifiestan poco aprecio hacia ese papel, descuidando o aplazando el Bautismo, particularmente en el caso de los niños. Ahora bien, según la tradición consolidada de la Iglesia, la vida cristiana se inaugura no simplemente con disposiciones humanas, sino con un sacramento dotado de eficacia divina. El Bautismo, como sacramento, es decir, como signo visible de la gracia invisible, es la puerta a través de la cual Dios actúa en el alma para unirla a sí mismo en Cristo y en la Iglesia. La hace partícipe de la Redención al infundirle una vida nueva; la inserta en la comunión de los santos; le abre el acceso a todos los demás sacramentos, que tienen la función de llevar a su pleno desarrollo la vida cristiana. Por esto, el Bautismo es como un renacimiento, por el que un hijo de hombre se convierte en hijo de Dios.

“Busquen la fecha de su Bautismo para festejar nuestro renacimiento como hijos de Dios” fue la tarea que dio el papa Francisco, el 11/01/2016 durante el rezo del Ángelus, en la plaza de San Pedro. El papa reiteró la importancia de celebrar este día: “Agradezcamos por este don; y reafirmemos nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos. El Bautismo se recibe una sola vez, pero va testimoniado todos los días, porque es vida nueva para compartir y luz para comunicar, especialmente a cuántos viven en condiciones no dignas del hombre y caminan en el camino de la oscuridad.” Es una fecha de fiesta, de nuestra santificación inicial, es la fecha en la que el Padre nos ha dado el Espíritu Santo. 

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