Cada 12 de julio la Iglesia Católica recuerda a Santa Verónica, o, simplemente, ‘la Verónica’ (Serafia); la mujer que, conmovida por los dolores de Cristo en su camino al Calvario, se apiadó de Él y se acercó a enjugar el sudor y la sangre que cubrían su rostro. De acuerdo a la tradición, ella utilizó el velo de su cabeza para este propósito, en el que quedaría ‘impreso’ con sangre el rostro de Jesús, por lo que podría afirmarse que dicho velo es como una ‘reliquia definitiva’ del Dios-hecho-hombre, semejante al caso de la Sábana Santa de Turín.
El velo de Santa Verónica era un paño liviano, muy sencillo, confeccionado a la usanza de la época, pero que después de haber quedado grabada la cara de Cristo en él, se convertiría en un objeto célebre, de enorme importancia e incalculable valor, puesto que es capaz de ver el rostro del Señor. Por eso, también, se le empezaría a conocer como ‘la Santa Faz’ o ‘el Velo de la Verónica’.
Una mujer llamada ‘Verónica’
El nombre ‘Verónica’ aparece en un texto apócrifo: Los hechos (actas) de Pilato, conocido también con el título de Evangelio de Nicodemo; no así en los Evangelios canónicos. Y es bastante probable que ese no haya sido su nombre real. ‘Verónica’ parece ser más bien un nombre adjudicado por la tradición, procedente del latín, producto de la yuxtaposición de los términos vera [verdadero] e icon [imagen]; ‘Verónica’ quiere decir en consecuencia ‘imagen verdadera’, ‘verdadero ícono’.
‘Verónica’ también podría ser la variación del nombre macedonio: ‘Berenice’. Este se encuentra documentado desde el siglo IV y posee un significado lleno de simbolismo: ‘la que lleva a la victoria’. En apoyo de esta posibilidad acuden algunos textos de la Baja Edad Media, donde aparece como el nombre de la hemorroísa de los Evangelios sinópticos, a quien Jesús curó milagrosamente.
De acuerdo a cierta tradición, Santa Verónica fue una mujer piadosa que vivía en Jerusalén, y que, tras la Pasión del Señor, se dirigió a Roma llevando consigo el velo con la ‘Santa Faz’. Este habría sido expuesto para la veneración pública, tocando las almas de muchas personas, quienes se habrían convertido al catolicismo con tan solo verlo. La historia en torno al ‘Velo de la Verónica’ caló tan hondo en la fe del pueblo que la ejemplar acción de la mujer ha sido perennizada en oración de la Iglesia, como es el caso de la sexta estación del Vía Crucis.
Otros relatos milagrosos
Existen tradiciones numerosas sobre el poder milagroso de Santa Verónica y su velo. Se dice que, estando en Roma, la santa tuvo un encuentro con el emperador romano Tiberio que se hallaba gravemente enfermo. Verónica lo habría hecho tocar la sagrada imagen e implorar a Dios su misericordia y Tiberio habría recuperado la salud en el acto. A partir de ese evento, la santa decidió quedarse en la capital del imperio y permanecer cerca de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. Al morir, el velo habría pasado a manos del Papa Clemente I (ca. 88/921 – 97/99).
Con motivo del primer año santo de la historia, en 1300, el Velo de la Verónica se convirtió en una de las mirabilias urbis romanae [maravillas de la ciudad de Roma] atrayendo gran cantidad de peregrinos a la Basílica de San Pedro.
Santa Faz de Manoppello
El Velo de la Verónica, sin embargo, fue trasladado varias veces a lo largo de los siglos posteriores hasta que se le perdió el rastro después del Año Santo celebrado en 1600.
Recientemente (1999), el sacerdote jesuita alemán Heinnrich Pfeiffer, profesor de Historia del Arte de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, anunció que había encontrado el sagrado paño en una iglesia de los Frailes Menores Capuchinos en Manoppello (Italia), donde habría permanecido desde 1660. Esta iglesia hoy lleva el nombre de ‘Iglesia de la Santa Faz’.
El Papa Benedicto XVI fue el primer Pontífice en visitar dicho santuario para orar y dirigir un discurso en el que reflexionó en torno a la esencia del cristianismo (septiembre de 2006).